La agresividad en equilibrio alimenta el coraje,
aquel impulso vital que promueve el derecho a Ser
y a formar parte de este mundo.
La agresividad es una emoción que viene cargada con mucha energía y al igual que todo en la naturaleza necesita estar en equilibrio para expresarse saludablemente.
Somos mamíferos. Poseemos un instinto básico que nos lleva a la supervivencia, el cual puede volverse en nuestra contra si no conseguimos diferenciar cuándo nos parece que estamos siendo amenazados a cuándo realmente lo estamos.
En un extremo de la balanza una persona reprime su parte instintiva, sin poner límites; mientras que en el otro extremo la agresividad neurótica impulsa a la persona a una continua guerra con el mundo donde no hay tranquilidad posible.
Más allá de estas dos posturas contrapuestas existe la agresividad en equilibrio, es decir, aquel impulso vital que promueve el derecho a Ser y a formar parte de este mundo.
Cuando aprendemos a reconocer nuestras necesidades y a expresarlas de manera respetuosa frente a los demás, sólo nos queda pedir que se nos respete. El objetivo es parar una invasión real, un chantaje emocional o una acción agresiva que recibimos.
Ahí queda al descubierto quiénes realmente nos ven y hacen por cuidarnos, más allá de que puedan entendernos o discrepar.
Darnos a conocer y expresarnos es básico para que los demás nos respeten y promover así una convivencia en mayor armonía.
Sin embargo, nos vamos a encontrar también en nuestra vida a quienes no quieran o no sean capaces de vernos y, por lo tanto, a quienes no respeten nuestros límites. En estos casos, es importante tirar de nuestra parte animal y despertar el instinto para cuidar de nuestra vida y marcar distancias. En este sentido, la agresividad nos ayuda a parar los pies de quienes realmente ejercen su poder a costa de nosotros.
Saber diferenciar entre cuándo ser amable y cuándo defenderse.
O lo que es lo mismo, entre pararse a sentir para ver y respetar a la otra persona o, por otra parte, sacar nuestro ser visceral y asertivamente definir los límites.
Para practicar la agresividad en equilibrio se requiere un conocimiento profundo de quiénes somos y cómo hemos aprendido a estar en el mundo. Sólo aquel que consigue adentrarse en sí mismo y reconocer su neura está en disposición de identificar y cuidar de su propio impulso vital, de sus verdaderas necesidades.
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